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La soledad es complicada

El pianista Glenn Gould realizó una vez una serie de documentales radiofónicos, la “Trilogía de la soledad”, ambientados en el norte de Canadá. El primer y más memorable programa, La idea del norte (1967), trazó un viaje de mil millas que realizó en el Muskeg Express desde Winnipeg a Churchill, en el norte subártico de Manitoba.

 

Artículo aparecido en “The Times Higher Education” 30-04-2020
Autor: Joe Moran.
Traducción de Patricio Tapia.

 

El pianista Glenn Gould realizó una vez una serie de documentales radiofónicos, la “Trilogía de la soledad”, ambientados en el norte de Canadá. El primer y más memorable programa, La idea del norte (1967), trazó un viaje de mil millas que realizó en el Muskeg Express desde Winnipeg a Churchill, en el norte subártico de Manitoba.

Gould creía que la soledad era una precondición para la creatividad y que de ella surgía el arte más perdurable. Pero también entendió que su idea del norte como un lugar de soledad era una bobería romántica. Sus entrevistados, sujetos experimentados que habían vivido durante años en el tercio norte de Canadá, le recordaron que su dureza y aislamiento significaban que las personas permanecían juntas. Gould, a quien ni siquiera le gustaba mucho el frío, sabía que se podía experimentar fácilmente la soledad en una suite de hotel con servicio a la habitación, como él solía hacer. “Probablemente haya personas viviendo en el corazón de Manhattan”, señaló, “que pueden manejar una existencia tan independiente y ermitaña como un prospector que pisotea la tundra cubierta de líquenes”. La soledad, se puede ver, es complicada.

Es también un concepto esencialmente moderno, y su etimología revela nuestro recelo hacia él. La palabra inglesa “solitude” deriva del latín “solitudo” (aislamiento, soledad, miseria), que también significa “desierto”. La primera cita de la palabra en el Oxford English Dictionary es de Chaucer, pero solamente ha sido de uso común en inglés desde finales del siglo XVI, con el surgimiento de las ideas modernas del yo y la vida privada.

En Una historia de la soledad, David Vincent explora “cómo se ha comportado la gente a lo largo de los dos últimos siglos en ausencia de compañía”. Para aquellos de nosotros que soportamos un duradero autoaislamiento inesperado y un distanciamiento social durante el brote de coronavirus, esta exploración difícilmente podría ser más actual. Autor de historias previas de amplio rango sobre el secreto y la privacidad, Vincent utiliza la soledad como una forma de pensar a través de la relación entre el yo y la sociedad en la era moderna. Sus ejemplos de soledad son mayoritariamente británicos, con alguna rara incursión en Europa continental y América del Norte.

El libro comienza en 1791 con el primer gran estudio moderno sobre la soledad realizado por Johann Georg Zimmermann, médico del rey Jorge III. Zimmermann distinguió cuidadosamente entre el retiro de la sociedad beneficioso y el maligno. La mayoría de los escritores y pensadores posteriores han seguido su ejemplo al argumentar que la soledad, si bien es saludable en pequeñas dosis, debe manejarse con cuidado e incluso vigilarse. Porque puede caer fácilmente en el aislamiento, que Vincent define muy bien como la “soledad fracasada”. El tema de cómo estar solo sigue siendo, escribe, “un pararrayos en la respuesta a la modernidad”, una modernidad que valora la interacción y la sociabilidad al tiempo que ofrece cada vez más oportunidades para la privacidad y el retraimiento.

El autor aborda la soledad a través de una ambiciosa variedad de temas. Entre las muchas manifestaciones modernas de la soledad, explora el papel del inválido en el hogar victoriano; el auge de la pesca con caña como el deporte británico de participación más popular; el potencial de soledad en el auditorio de cine a oscuras; la deplorada campaña de cigarrillos de Strand ("Nunca estás solo con un Strand"); y la capacidad del Walkman de Sony para crear un paisaje sonoro inmersivo y solitario para el oyente. Vincent tiene un gran ojo para los pequeños detalles esclarecedores: explora las ansiedades sobre los momentos vacíos y solitarios en el día del siglo XIX, por ejemplo, a través de la invención de juegos para un solo jugador como la paciencia y el solitario. Si este enfoque ecléctico significa que el concepto de soledad asume una cierta holgura conceptual, también muestra de manera útil cómo la soledad se entreteje en estructuras sociales más amplias.

El enfoque inclusivo del libro da sus frutos de manera maravillosa en un capítulo sobre el caminar, “Soledad, caminaré contigo” (cuyo título proviene de John Clare, un apasionado poeta-caminante). Vincent argumenta que, en el siglo XIX, la última gran era de los viajes a pie, caminar era un medio para escapar del abarrotado interior doméstico: “La puerta de calle que impedía la entrada a los desconocidos también podía liberar a los ocupantes de su sociedad recíproca”. Pero la caminata urbana solitaria y sin rumbo tendía a despertar sospechas, que podían disiparse llevando un perro. A lo largo del siglo, pasear perros se convirtió en una práctica urbana por excelencia, y los perros pasaron a ser vistos como un apoyo emocional para los solitarios. Gravar con impuestos a los perros fue en parte un intento de vigilar a sus dueños urbanos: los perros de trabajo rurales están exentos.

Muchos de los nuevos pasatiempos solitarios de la era victoriana tenían un doble filo: no simplemente, en palabras de Vincent, “soledad vigilada por la concentración”, sino también una señal de que las paredes del hogar se estaban volviendo cada vez más porosas. La filatelia, como la propia escritura de cartas, era “una manera de conectar a un individuo particular con redes más amplias”. La jardinería era intrínsecamente solitaria porque “dos personas no podían remover la tierra del mismo pedazo de terreno”. Pero la jardinería competitiva, en la forma de competir por premios en exhibiciones de flores artesanales, convirtió este esfuerzo solitario en una empresa social.

La condición solitaria solía ser preocupante y polémica. El resurgimiento de las comunidades religiosas amuralladas en la época victoriana puso de manifiesto estas inquietudes. Las primeras hermandades católicas se fundaron cuando el antipapismo ganó terreno, impulsado por un aumento en la inmigración irlandesa después de la Hambruna y el restablecimiento de la jerarquía católica en Inglaterra. La prisión de Pentonville, que fue pionera en el confinamiento solitario, abrió en 1842, casi al mismo tiempo que hubo un auge en la construcción de conventos. La mentalidad anticatólica vinculaba a menudo estos dos tipos de comunidades amuralladas. El confinamiento solitario también tuvo inicialmente un sabor progresista y cristiano (los reformadores penitenciarios creían que el silencio y la soledad podrían ofrecer al recluso un camino hacia el arrepentimiento). Pero pronto llegó a ser visto, con la ayuda de Charles Dickens, como la forma de castigo más devastadora y cruel.

En 2017, mientras Vincent escribía este libro, fue nombrada la primera “ministra de soledad” del Reino Unido. Por lo tanto, el suyo es un estudio oportuno que habla de la inquietud contemporánea sobre el aumento de la soledad en una atomizada era digital. Sin embargo, una vez más, Vincent muestra que estas preocupaciones tienen una larga historia. Ya en 1930, G. K. Chesterton satirizaba el surgimiento de la ansiedad por la soledad y la demanda de que “se exige hacer algo, y hacerlo ya, para vincular a todos estos individuos solitarios en una cadena de sociabilidad”. El gobierno británico identificó por primera vez la soledad como un problema político durante la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó a sondear la moral en el frente interno.

Vincent se toma en serio los temores de una epidemia de soledad. Reconoce que la era del consumo moderno es una en la que las actividades colectivas adoptan formas más solitarias. Él rastrea esto hasta el auge de la cerveza enlatada de consumo doméstico en la década de 1960, la disponibilidad de vino y licores en las tiendas y supermercados, y la dispersión de pasatiempos solitarios en los dormitorios, en parte como resultado de los requisitos espaciales más generosos del informe Parker Morris de 1961 sobre la vivienda.

Pero Vincent también muestra que muchos de estos desarrollos son simplemente continuaciones de la soledad compleja y en red de la sociedad industrial moderna, tendencias ya visibles en el siglo XIX. Pocas personas hoy en día están tan aisladas, especula, como el ama de casa en el siglo XIX y gran parte del siglo XX, obligada a soportar largas horas de trabajo solitario. Los miedos a una epidemia de soledad son, pues, “reformulaciones de dilemas aparecidos en prosa y verso durante más de dos milenios”. En esta historia juiciosa de una preocupación actual apremiante, entonces, Vincent realiza un útil servicio público: reconoce la singularidad de nuestros problemas contemporáneos, pero les da la perspectiva tranquilizadora y edificante del contexto.

 

Puedes encontrar Una historia de la soledad aquí.

ISBN: 9789877193190
N° Edición: 1
N° páginas: 384
Año: 2022
Tamaño en cms.: 16 x 23
Tipo de edición: Rústica
Editorial: Fondo de Cultura Económica

 

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