Leemos porque sí
La genealogía de nuestra era secular
¡Qué audaz, sorprendente y provocador libro! Brad Gregory, un destacado historiador de la Reforma, está insatisfecho con la hiper especialización de la profesión histórica contemporánea y no teme diferenciarse del resto y extenderse más allá de su campo como experto.
Por: Philip Benedict
Artículo aparecido en la revista “The American Historical Review” 118-1 (2013)
Traducción: Patricio Tapia
¡Qué audaz, sorprendente y provocador libro! Brad Gregory, un destacado historiador de la Reforma, está insatisfecho con la hiper especialización de la profesión histórica contemporánea y no teme diferenciarse del resto y extenderse más allá de su campo como experto. Deseoso de hablar tanto a los interesados en las cuestiones públicas como a los historiadores profesionales, ofrece aquí una historia en el modo profético, aunque densamente poblada con notas a pie de página. Específicamente, la introducción identifica tres preocupaciones que el libro pretende abordar: el grado alarmante de polarización política y cultural en Estados Unidos de hoy, la amenaza del calentamiento global y “la negación alegre e incoherente de la categoría de verdad en los dominios de la moralidad, valores y significado humanos entre muchos académicos”. En cierto modo, todas ellas están vinculadas, ya que la tragedia del Occidente contemporáneo tal como lo ve Gregory es que ha perdido —o perdido de vista— cualquier forma de establecer una base firme para un sistema de ética capaz de ofrecer el fundamento moral necesario para el desarrollo social y para frenar el consumo desbandado cuyo continuo crecimiento amenaza al planeta. Para explicar cómo llegamos a esta actual condición de relativismo hiper pluralista y afán adquisitivo desenfrenado —“el Reino-de-lo-que-sea” y “la sociedad de los bienes”—, el libro rastrea con mucho conocimiento la genealogía de seis aspectos relacionados del pensamiento, las creencias y la sociedad occidentales y las relaciones entre la iglesia y el Estado desde el siglo XIII hasta hoy.
La Reforma, argumenta, fue el momento más importante para cada hebra en esta compleja madeja de cambios. Gregory no sólo explora el curso de los últimos siete siglos de historia de una manera que destaca puntos de inflexión y desarrollos diferentes de aquellos destacados en la mayoría de los otros relatos de la creación del Occidente contemporáneo; su libro también tiene un componente filosófico y metodológico. Al escribir una historia de las ideas y de los valores, Gregory defiende explícitamente la plausibilidad e incluso la corrección de ciertas posiciones y destaca la confusión de otras. Es especialmente crítico con los relatos “supersesionistas” de la historia de las ideas: aquellas historias de cambio intelectual en las que las nuevas ideas reemplazan a las antiguas debido a su mayor plausibilidad y envían las antiguas de una vez por todas al basurero del error. Las seis genealogías rastreadas aquí pueden haber sido determinadas históricamente, pero involucraron elecciones y no fueron inevitables, enfatiza Gregory. Presumiblemente, podrían deshacerse una vez que nos demos cuenta de eso. Todo esto está relacionado con otra de sus principales preocupaciones, que es sugerir que la fe cristiana y la filosofía o la ciencia modernas no son necesariamente incompatibles. Los historiadores intelectuales necesitan construir historias de ideas modernas en las que Karl Barth y Henri de Lubac tengan su lugar. Los filósofos deben dejar de presuponer que la racionalidad secular es la única forma plausible de pensar sobre cuestiones de hecho y valor en “nuestra” era secular. La perspectiva desde la cual el libro está escrito es la de una fe católica tomista filosóficamente informada, difícilmente el punto de vista que más comúnmente enmarca la escritura histórica académica en los Estados Unidos de principios del siglo XXI. Es en gran parte porque Gregory escribe desde un punto de vista tan alejado de la corriente principal actual de la profesión que su libro es tan sorprendentemente original y estremece con tanta urgencia.
Los compromisos religiosos y filosóficos de Gregory no están en ninguna parte más claros que en su primer capítulo, “La exclusión de Dios”, que busca explícitamente “exponer el supuesto, ampliamente difundido pero equivocado, de que la ciencia moderna ha vuelto insostenible la religión revelada”. Al examinar las relaciones entre religión, ciencia y metafísica, este capítulo se basa en gran medida en el libro de Amos Funkenstein Theology and the Scientific Imagination from the Middle Ages to the Seventeenth Century (1986). El relato comienza, como lo hace en cada capítulo, en la plena Edad Media, cuando se dice que la doctrina y las creencias cristianas proporcionaron una estructura coherente para comprender el universo y responder a las preguntas fundamentales de la vida. Lo que Gregory enfatiza particularmente es que, hasta este momento, la creencia cristiana (como también la judía y la musulmana) consideraba a Dios como radicalmente distinto del universo, totalmente diferente a todo lo que hay dentro de él. Pero en un paso con enormes implicaciones para el futuro de la creencia cristiana, Juan Duns Scoto modificó esta comprensión, sugiriendo que Dios compartía con toda Su creación el hecho de ser. Dado que la investigación empírica, por definición, solamente investiga cosas en el mundo natural, esto comenzó a situar a Dios en un lugar donde el empirismo se podría pensar que nos dijera algo sobre Él. Cuando Guillermo de Occam modificó aún más la definición de Scoto y abogó por tomar una navaja para todas las explicaciones de los fenómenos naturales que multiplican las entidades más allá de la necesidad, la existencia de Dios se volvió vulnerable a la refutación. El resurgimiento en el Renacimiento de las antiguas tradiciones filosóficas del platonismo, el estoicismo y el epicureísmo fomentó una comprensión de la naturaleza en términos de causas naturales eficientes sin una causalidad final y de fuerzas que podían expresarse matemáticamente. La Reforma desató entonces una explosión de controversias sobre cada aspecto de la doctrina y congeló a la Iglesia Católica en una posición a la defensiva en la que incluso sus teólogos neoescolásticos se aferraron defensivamente a la visión nominalista de Dios. Al final de este período de controversia, la religión racional y el argumento del diseño parecían la única forma en que los apologistas y los polemistas podían convencer a la gente de la verdad del auténtico cristianismo, pero esto llevó a los cristianos cada vez más lejos del Dios incomprensiblemente trascendente del cristianismo anterior. En la época de Baruch Spinoza, John Locke y David Hume, la metafísica estaba sólidamente establecida para lo que se interpretaría como la guerra entre la ciencia y la religión en la era de Charles Darwin, Karl Marx y Auguste Comte. “La investigación empírica del mundo natural no había demostrado la falsedad de ninguna de las afirmaciones teológicas [cursivas en el original]. Más bien, las opiniones incompatibles de católicos y protestantes relativas al significado de las acciones de Dios crearon un callejón sin salida, intelectualmente estéril, a causa de las objeciones que inevitablemente provocaron en sus oponentes teológicos y las controversias doctrinales intratables que reforzaron constantemente”.
Este impasse a la vez contribuyó y se basó en las tendencias examinadas en los siguientes cinco capítulos, todos igualmente largos y casi tan densos, titulados respectivamente: "La relativización de las doctrinas", "El control de las Iglesias", "La subjetivización de la moralidad", "De la vida buena a la buena vida” y “La secularización del conocimiento”. Una sinopsis completa de la compleja cadena de desarrollos trazada en estos capítulos requeriría mucho más espacio del que está disponible aquí. A riesgo de simplificar demasiado, el siguiente resumen debe ser suficiente. La Reforma buscó reformar la doctrina cristiana volviendo a la palabra pura de las Escrituras, pero encontró en la Biblia tantas doctrinas incompatibles que el resultado final, después de dos siglos de controversia sin prisioneros entre protestantes y católicos, fue una pérdida de confianza en que cualquier criterio confiable podría ser válido para determinar cuáles doctrinas eran verdaderas. Los filósofos buscaron llenar el vacío y erigir sistemas racionales de ética. Sus continuos debates muestran que no tuvieron más éxito que los teólogos, ni era probable que lo tuvieran en algún momento.
Incluso antes de la Reforma, los gobernantes seculares estaban comenzando a extender su supervisión y control sobre la iglesia. Esto se intensificó con la Reforma y, en la era del confesionalismo, los gobernantes buscaron imponer por ley el consenso doctrinal que los teólogos no podían establecer mediante el debate y la exégesis. Pero el curso de la Reforma y las guerras religiosas que siguieron derrotaron sus esfuerzos, por lo que primero en la República Holandesa y luego en los nuevos Estados Unidos, el Estado dio la vuelta a las suposiciones del confesionalismo sobre el manejo de la religión, consignando la creencia al reino de la opción personal y también “controlar las Iglesias privándolas de reconocimiento oficial”. Inicialmente en Estados Unidos, el fin de la uniformidad religiosa impuesta no condujo a la pérdida de cohesión social que habían temido los opositores a la tolerancia religiosa, ya que la hegemonía protestante aseguró suficiente consenso moral. Esto cambiaría a medida que la inmigración hiciera que el país fuera más pluralista y, sobre todo, a medida que el crecimiento del capitalismo erosionara las restricciones cristianas tradicionales sobre la codicia individual, ya que el surgimiento del capitalismo en la narración de Gregory fue sobre todo una revolución moral y cultural, el "desincorporar la economía de la ética en la cosmovisión medieval cristiana institucionalizada” realizada por pensadores como John Mandeville, Montesquieu y Adam Smith.
Antes del siglo XVIII, ya existía el capitalismo y el consumo conspicuo, por cierto; después de esta revolución ética, ellos se convirtieron en los valores a los que se dio máxima protección legal y estímulo estatal. Mientras tanto, la educación también dejó de ser una fuente de consenso sobre los valores últimos. Primero, entre los siglos XVI y XIX, la teología perdió la función “integradora y comprensiva” que había tenido en las universidades medievales; durante el mismo período, otras disciplinas que inicialmente fueron seguidas en gran parte fuera de las universidades, en particular las ciencias naturales, adquirieron una prominencia cada vez mayor. Luego, a fines del siglo XIX y en el XX, los sustitutos liberales protestantes y seculares de la función integradora y de mejora de la moralidad de la teología, que eran la idea alemana de bildung y la idea estadounidense del plan de estudios general de artes liberales, sucumbieron ante la fuerza conquistadora del imperativo de la investigación.
Aunque el libro rastrea desarrollos desde aproximadamente el año 1300 hasta el 2012, la Reforma se presenta como un momento clave para todos ellos. Como resultado, esta era recibe la parte del león de las páginas. Los desarrollos pertinentes desde el siglo XVIII hasta la actualidad se cubren de manera más rápida y selectiva, excepto en el capítulo final, donde la secularización de las universidades recibe un tratamiento cronológicamente más equilibrado. Incluso si este es inequívocamente un libro centrado en la Reforma, el alcance de la lectura de Gregory fuera de su propio campo de especialización es extenso. Las notas a pie de página abundan en referencias a obras de ciencia política, filosofía, asuntos contemporáneos, sociología de la religión e historia de la ciencia. Además de Theology and the Scientific Imagination de Funkenstein, Tras la virtud (1981) de Alasdair MacIntyre y Las pasiones y los intereses (1977) de Albert O. Hirschman son influencias importantes. Esta monografía es tan erudita y de amplias lecturas como ambiciosa.
Así como la complejidad de los múltiples argumentos del libro hace que sea difícil resumirlo de manera concisa, también su amplitud y ambición complican su evaluación. El libro ya ha sido objeto de un foro que involucró a los principales historiadores de la Reforma en el boletín de la Historical Society, Historically Speaking, sin embargo, la discusión allí tocó solamente una fracción de sus argumentos. Una evaluación integral tendría que ser aún más larga y requeriría un panel de revisores con experiencia en temas que abarcan desde la historia de la teología medieval hasta la historia cultural e intelectual del siglo XX. Para las limitadas luces de este reseñista, la explicación de Gregory sobre el crecimiento de la economía moderna y sus consecuencias para el clima del planeta concede muy poca importancia al cambio tecnológico y sus consecuencias, al tiempo que exagera la importancia de los nuevos argumentos morales del siglo XVIII sobre la virtud del interés propio. Su afirmación relacionada de que el consumismo desenfrenado representa “la estructura dinámica básica de la vida occidental” subestima la persistencia de los valores anti materialistas en la era contemporánea y oculta los cambios más específicos en el discurso político y la regulación que han desatado el capitalismo financiero y han bloqueado los intentos de abordar el cambio climático en los Estados Unidos en las últimas décadas.
Visto desde Suiza, donde vivo actualmente, las estridentes guerras culturales de Estados Unidos parecerían tener causas más próximas que un colapso occidental generalizado de todos los firmes fundamentos religiosos o filosóficos para un sistema de ética convincente. Caracterizar el establecimiento de las libertades religiosas modernas como una forma reconfigurada de control estatal sobre las iglesias, como lo hace Gregory, oscurece más de lo que ilumina, incluso si uno acepta su punto de que es el Estado el que define los límites dentro de los cuales se pueden ejercer esas libertades. Aunque yo también soy un historiador de la Reforma, creo que las controversias entre protestantes y católicos de esta época reciben demasiado peso en el relato de los orígenes del racionalismo secular moderno. Recuérdese que el recuento clásico de Paul Hazard de la Crise de la conscience européenne (1935) comenzaba con el impacto relativizador del descubrimiento occidental del mundo no occidental y sus religiones, y que Alan Kors ha demostrado que el primer ateo declarado de la Ilustración, Jean Meslier, fue un cura católico llevado a dudar de la existencia de Dios por las pruebas mutuamente destructivas de su existencia ofrecidas por cartesianos y anti cartesianos dentro de su propia iglesia.
Quizá de manera más fundamental, algo que no se les puede escapar a los especialistas en la Reforma familiarizados con la historiografía de su tema es que, reducida a lo esencial, la descripción de la Reforma que hace Gregorio apenas difiere de la de Jacques Bossuet. Atribuye el movimiento principalmente a la repugnancia ante la brecha entre los ideales del cristianismo y la realidad de la iglesia medieval tardía, no, como la mayoría de los historiadores ahora se inclinarían a hacer, a la ira sobre importantes doctrinas, prácticas y afirmaciones católicas sobre la autoridad papal y clerical que llegó a ser vista como fraudulenta a raíz de la conversión. El autor presenta la historia de la Reforma sobre todo como una de variación y división doctrinal. Las primeras reacciones al libro ya dan motivos para temer que gran parte del debate que tan obviamente buscó provocar pueda, lamentablemente, concentrarse en torno a la cuestión de si la Reforma fue algo bueno o malo.
Sin embargo, si no todos los argumentos de Gregory convencen, muchos de ellos sí lo hacen. Los capítulos sobre la relación entre religión, ciencia y metafísica, y sobre la secularización de las universidades son verdaderas gemas. Sobre todo, debido a que Gregory pone el listón de sus ambiciones tan alto y ve el pasado y la empresa del historiador desde una perspectiva tan alejada de la posición por defecto de la mayoría de los historiadores estadounidenses de hoy, su libro destaca cuestiones que otros han pasado por alto y ofrece un relato estimulantemente diferente de las grandes transformaciones que examina. Al hacerlo, desafía a aquellos que podrían estar en desacuerdo de hecho o conceptualmente con partes importantes del libro para que brinden una mejor explicación de los mismos fenómenos. El carácter distintivo de la voz y la perspectiva del autor también nos brindan un bienvenido recordatorio del valor heurístico de garantizar una diversidad genuina de ideas, valores y puntos de vista políticos dentro de la profesión histórica. Escrito con urgencia, brío y erudición, La Reforma involuntaria merece la atención de todo historiador interesado en el curso a largo plazo del cambio en Occidente durante los últimos siete siglos, en los orígenes lejanos de nuestra condición contemporánea, o en la relación entre fe religiosa y conocimiento secular; en otras palabras, uno esperaría, merece la atención de casi cualquier historiador.
La reforma involuntaria se encuentra disponible aquí.
ISBN: 9789877192131
N° Edición: 1
N° páginas: 664
Año: 2021
Tamaño en cms.: 17 x 23
Tipo de edición: Rústica
Editorial: Fondo de Cultura Económica