Leemos porque sí

Apuntes sobre lectura e infancia

La tarea de traducir el mundo, de mediarlo para nuestras niñas y niños no es difícil, más bien, requiere persistencia, volverse niña otra vez, ir hasta ese imaginario, cuando las posibilidades se abrían frente a cada una, cuando existían tantos sueños como imposibilidades.

Por Sara Bertrand

 

“Mamá, ¿sabes que las mamás pueden mentir?”, pregunta mi hijo.

Lo he ido a buscar al colegio y le he explicado que su abuelo se está muriendo, que tiene la sangre envenenada, que su cuerpo no ha respondido al tratamiento, que, de ahora en adelante, será solo paliativo. No pregunta sobre la palabra paliativo, me pide que mienta, que no diga la verdad, que a veces, a los niños les basta con saber solo algunas cosas. Mi hijo prefiere que le “cuente” historias sobre esa realidad que se manifiesta afuera, que la digiera para él y la traduzca en palabras posibles. Que deje fuera todo lo imposible, que sea esa mamá mediadora entre su existencia y el mundo. Mi hijo pide literatura. Vuelvo a casa en silencio, antes de bajarse del auto, pone su mano gorda y suave sobre mi hombro, puedo sentir cómo se invierten los papeles, es él quien me acoge, quien me dice “tú puedes”. He empeñado tanta energía en diferenciar mi propia experiencia de hija para hacer de mí una madre distinta, que he olvidado la verdadera naturaleza de la tarea que tengo por delante: él, ella, el hijo, la hija.

El ejercicio de mirarlos libres de prejuicios, verlos como seres humanos en formación.

La tarea de traducir el mundo, de mediarlo para nuestras niñas y niños no es difícil, más bien, requiere persistencia, volverse niña otra vez, ir hasta ese imaginario, cuando las posibilidades se abrían frente a cada una, cuando existían tantos sueños como imposibilidades. Porque es necesario cuidar la imposibilidad, enterrar cierta infancia, saber distinguir entre lo bueno y lo malo, entre el discurso y el trauma, hacer el ejercicio de volver (con esperanza, incluso) para recuperar algo de inocencia, cierta curiosidad. Ser ese individuo ante el cual se abren caminos. Sobre todo, relatos.

Había una vez un gigante encerrado en un castillo, había una vez un duende que quería ser adivinado, había una vez una niña blanca como la nieve… las madres, abuelas, tías, profesoras, todas quienes tenemos a cargo a niñas y niños, solemos hacer una traducción de mundo bastante intuitiva y los cuentos de hadas son una buena herramienta para ello, trabajan la oscuridad como espacio literario, aquello que no puede ser nombrado, lo que permanece oculto, pero se devela a modo de una historia fantástica, con elementos de horror y cierta cuota de violencia. Son historias que niñas y niños adoran escuchar, pues los conducen directamente al espacio innominado de sus emociones y motivan la conversación, levantan preguntas. Niñas y niños son grandes conversadores y debiéramos procurarles ese espacio de diálogo.

La resistencia de los libros entonces está en la posibilidad que ofrecen de mirar la realidad desde otro lugar, elaborar un relato que en el cotidiano es imposible, porque en las historias que leemos, las que disfrutamos y con las que nos relacionamos íntimamente, existe un repertorio de posibilidades vitales que no es fácil distinguir en nuestras vidas. En ellas, el caos y el azar son la materia. La literatura, en cambio, permite resistir la realidad, oponernos al caos y contar la historia como se nos dé la gana. Me gusta esa imagen porque tiene de fe, de gracia, de historia de aventura, pero también de valentía, porque para hacer nuestra la vida se requiere coraje.

Contar un cuento es quizás la forma más amable que tenemos quienes acompañamos a niñas y niños a crecer, quienes los educamos, quienes vamos junto a ellos en la tarea de hacer propio el mundo que habitan, permitirles entrar en su mundo interior de la mano de la fantasía, la historia que se relata se revela como un canal no solo para afirmar un vínculo amoroso, sino para crear cultura. Y es posible nombrar la oscuridad, es posible hacer que esa niña o niño vea en la literatura, en las artes, una forma de creación que trasciende lo personal y se relaciona con lo colectivo. Demandar cultura, entonces, es parte de cualquier proyecto educativo, de cualquier espacio de formación, pues educa una necesidad, una forma de reformular el mundo.

Entonces, la pregunta sobre si niñas y niños necesitan exponerse al arte, a la literatura, al oficio de narrarse dentro del paisaje que habitan suena a perogrullada, porque evidentemente cualquiera de nosotros podría vivir sin libros, sobre todo niñas y niños que sobreviven a todo o casi todo, no necesitamos libros para existir, nadie muere de inanición si no lee, pero si no tenemos acceso al relato, si no nos exponemos a las formas artísticas, a cierta apreciación estética del mundo que habitamos, muere la posibilidad de contarnos, de escribir nuestra propia vida, relatarnos como sujeto individual y social, morimos en el sentido de hacer nuestra esa narrativa, decir quién soy y qué quiero, contar nuestras vida y apropiarnos de esa pequeña porción de existencia que nos toca. Eso es literatura y me parece imprescindible.

¡Muchas gracias!

‹‹ Post Anterior Post Siguiente ››